Begoña Frias

Mauricio Zabaleta. Representanate Begoña Frias

LA GALLINA ARTISTA
Cuando me decidí a comprar unas gallinas en Burgohondo lo último que imaginaba es que me estuviese convirtiendo en un empresario, aunque admito que lo hice pensando en los huevos y no en unos animales que consideraba bastante sucios y carentes de gracia.
Aún así, dada mi tendencia por la diversidad, me decidí por tres rojas, también conocidas como ponedoras industriales, y tres negras, las más exitosas en la gama rural, según rezaba el cartel.
Tardaron pero finalmente llegó el día que comenzaron a poner y fue glorioso, se convirtió en un momento milagroso, de tremenda emoción pero también de súbita avaricia. Quería más, necesitaba más, era imprescindible que todas pusiesen, cada día… para mí.
Las industriales, haciendo honor a su nombre, lo hacían de forma constante y casi perfecta. Parecían sacados de un molde. Unos huevos de un marrón intenso y un diseño impecable, incluso de tanto en tanto me premiaban con uno con doble yema. Las otras en cambio ponían con menos frecuencia, o eso pensaba yo.
Pronto descubrí que como si de Saturno se tratara esas desalmadas se comían alguno de sus huevos o mejor dicho de mis huevos. No podía permitir que me diezmaran, así que comencé una vigilancia casi obsesiva. Fue entonces cuando comprobé que aquello que yo creía una plácida convivencia entre compañeras de la misma especie era un campo de batalla donde el acoso y los abusos campaban a sus anchas. Desde el primer instante el grupo de las rojas había tomado el poder y tenían bajo su pico a las ya sumisas negras. Apenas si las dejaban acercarse a la comida.
Había que cortar por lo sano así que empecé con los aislamientos selectivos dejando a una única industrial con las tres víctimas. Sola ya no era tan gallito y parecía codearse con el resto pero en cuanto volvían sus hermanas recuperaba el poder para ejercerlo con más crueldad aún. Cierto que mis medidas no sirvieron de nada pero durante el proceso me di cuenta de que alguna de ellas estaba poniendo lo que se conoce como huevo blando, llamado de ese modo porque aun siendo como el resto carece de una cascara que lo proteja y viene al mundo apenas cubierto por una fina tela que lo cubre. En cuanto las compañeras lo detectan caen sobre él como una manada de coyotes hasta que no dejan ni rastro. Da la sensación de que no tuviesen derecho a existir.
Cuando me informe de cómo se podía producir tal rareza supe que no era tan extraño y que se debía a falta de nutrientes o al estrés. Automáticamente deduje que una de las acosadas era la creadora de esa traslucida obra. Tras separarlas durante un tiempo, a una tras otra, finalmente halle a la responsable. Otros propietario me aconsejaron que la sacrificase para acabar con el mal de raíz pero yo no pensaba perder mi inversión a las primeras de cambio así que la aislé y comencé a alimentarla individualmente. Mientras lo hacía note que era muy diferente al resto, no solo en su cresta, que en vez de lucir un rojo bermellón parecía coloreada al carboncillo en tonos grises y granates, sino también en su constante búsqueda de la soledad y de espacios diferentes. Mientras, sus congéneres iban como rebaño a los mismos lugares, una y otra vez, entendiendo las repeticiones como nuevos y maravillosos hallazgos. Sus compañeras de raza se habían adaptado sin resistirse y aceptaban sumisas el yugo, esperando a que sus dominadoras se saciaran para poder comer ellas de los restos o a que eligiesen un sitio donde descansar para poder ocupar ellas algún rincón del palo que hubiese quedado vacío.
Yo al principio era perfectamente capaz de diferenciar los huevos de una raza y otra por los tonos del marrón y por el tamaño pero pronto ya no fui capaz de saber quién era la responsable de cada huevo.
Me parecían todos iguales, pequeñas variaciones cromáticas o de tamaño pero nada más, aunque debo admitir que no es que ya me importase mucho. Cumplían sobradamente mis expectativas tanto en calidad como en cantidad.
Pero con la exiliada fue todo lo contrario dejó de poner huevos blandos y comenzó a crear los huevos más variados e increíbles que pudiese imaginar. Empezó cambiando el color que los genes le marcaban, y poco a poco sus creaciones fueron pasando del marrón al crema para terminar llegando a un blanco que los hacía parecer de yeso.
Es verdad que a diferencia de sus semejantes se tomaba más tiempo del habitual o incluso del aconsejable para completar su obra pero a mí me merecía la pena.
Durante este proceso el odio del resto por lo diferente se generalizó y si me descuidaba le caían picotazos por todos lados sin importar el color ni la raza.
Pero no parecía incomodarle mucho la presión exterior porque tras terminar con la paleta comenzó con la forma.
Eran cada vez más alargados pero olvidando la simetría de los ejes y por ello consiguiendo formas imposibles más cercanas al sombrero dibujado por el Principito que a un sencillo huevo.
Admito que a la mayoría de mis colegas a pesar de mi entusiasmo no les atraían lo más mínimo estas vanguardias y cuando generosamente les obsequiaba con algunos preferían que fuesen los de siempre. Hay que tener cuidado con lo que uno se lleva a la boca. Para que arriesgar debían pensar.
En cambio yo estaba encandilado, hipnotizado… cada día me levantaba solo pensando en ir a recoger su nueva producción, en observarla, disfrutarla, saborearla.
Y tras mucho insistir pienso que consiguió el huevo perfecto, al menos para una gallina. Un diseño un tanto obsceno, semejante un juguete sexual de lujo, pero que parecía tener muy en cuenta el camino por recorrer.
Pero como todo lo bueno esto tampoco duro mucho.
Una mañana me la encontré echada, abatida, sin brillo en la mirada. No tarde en deducir lo sucedido. No había logrado expulsar su última creación o no había querido. Ahora estaba rota en su interior. Intentaba imaginarme ese postrero huevo imposible mientras veía como su arte la iba consumiendo por dentro hasta finalmente acabar con ella. Yo no podía hacer nada, solo mirarla con lástima o intentar apartar a patadas a las que venían rabiosas a picotear sin respeto, ni compasión, los restos de mi gallina artista.
(In memoriam – R.I.P: 20/03/2019 – 27/03/2020)
Nota: Aunque sea difícil de creer esta historia es absolutamente cierta. Como prueba de ello cuento con algunas fotos de sus huevos únicos así como conversaciones por whatsApp con compañeros de profesión opinando sobre sus creaciones.